Obra... maestra
Los maestros piden tan solo que sus alumnos les presten atención, y esa atención no es para quedársela ellos
La Verdad 26/11/2022
ANA MARÍA TOMÁS
Cuando pienso en los millones de euros que mueven los futbolistas y la consideración social de la que disfrutan en tanto que algunos de ellos son absoluta y manifiestamente cerriles confesos, mientras que, por otro lado, van en aumento las agresiones a los maestros por parte de papis descontentos y embrutecidos, lo que no hace otra cosa que mostrar la devaluación de la profesión más necesaria y hermosa para contribuir al futuro de la sociedad…, no puedo evitar pensar que vamos mal, muy mal.
Del reverencial respeto que se le profesaba a la figura del maestro, sabedores de que disponía –para bien– del arma más poderosa para cambiar el mundo, la cultura, hemos pasado –algunos, no todos– a considerar a los maestros casi como ciudadanos de segunda, una carrera facilonga para quienes no daban la talla para estudiar Ciencias, rama que ha sido siempre valorada por encima de las Humanidades. Y no digo que no pueda resultar ese tipo de refugio para algunos en concreto, pero no para la gran mayoría de maestros vocacionales que viven por y para desasnar (precioso verbo en desuso) a las generaciones futuras, aunque, tristemente, los asnales no siempre se dejan (no puedo apartar de mi mente en estos momentos la figura de una chica de veintipocos años que hace unos días ocupó –para bochorno propio y nuestra vergüenza ajena– sus impagables minutos de gloria en un programa de ligoteo en la tele y que cuando el chorbo –tal para cual– le dijo que era de Valencia ella respondió literalmente: «Vas a pensar que soy un poco tonta, pero no sé dónde está eso. ¿Está en España?». Ni les cuento los niveles a los que se me disparó la bilirrubina. Cuando contemplo semejante ostentación de ‘cafrerío’, ojo, no en personas que han carecido de posibilidades, sino en aquellas que las han tenido todas y las han despreciado, me temo que estamos condenados a una involución sin remedio.
Podría asegurar, sin miedo a equivocarme, que todos guardamos en nuestros recuerdos la figura de un docente que, en un momento determinado de nuestra vida, marcó nuestro destino o quizá no, quizá ni somos conscientes de que nos dedicamos a una determinada profesión porque una vez, en nuestra infancia, un maestro nos hizo descubrir nuestras habilidades hacia ella o nuestro amor por lograr un mundo mejor a través de ese trabajo determinado, pero, aunque lo ignoremos en tales momentos, eso enciende una luz en la estela que el Magisterio va dejando en el mundo.
Decía antes que es inadmisible que unos padres agredan a los maestros de sus hijos por las peregrinas razones que se busquen al caso. Como también lo es que se les deje a ellos la irrenunciable tarea de educar a sus hijos. Por supuesto que las aulas son el foco necesario de educación y cultura, pero la educación básica, la de los buenos modales y el respeto por los demás, ha de venir puesta de casa.
Las nuevas formas de enseñanza abogan mucho en la necesidad de enseñar a los niños haciendo que comprendan sin la ‘obsoleta’ obligación de memorizar contenidos, pero una tabla periódica, los tiempos verbales y no digo ya las declinaciones (¡Quousque tandem abutere catilina patientia nostra!) es preciso recordarlas. Pero, además, si atendemos al significado de la palabra recordar –no otra cosa que volver a pasar algo por el corazón–, en lugar de denostar tan imprescindible término, debería llenarnos de alegría.
Cuando se quiere enaltecer algún trabajo determinado y relevante de alguien en particular –léase creaciones literarias, musicales, escultóricas, cinematográficas, etc.–, solemos utilizar el término ‘obra maestra’. Pues bien, yo creo que los maestros en sí mismos son la mejor obra maestra que puede ofrecer la sociedad de cada momento a la futura sociedad. Los maestros piden tan solo que sus alumnos les presten atención, y esa atención no es para quedársela ellos, sino para devolvérsela a sus discípulos en forma de armas y escudos que los provean para los peores avatares de la vida.
UNA CANCIÓN PARA EL PROFESORADO